Marcelo F. Nieto Di Biase
Especialista en Derecho Aeronáutico y Espacial
I - INTRODUCCION
El Tratado del Espacio, suscripto en el año 1967 establece en su artículo IV que: “Los Estados partes en el tratado se comprometen a no colocar en órbita alrededor de la tierra ningún objeto portador de armas nucleares ni de ningún otro tipo de armas de destrucción en masa, a no emplazar tales armas en los cuerpos celestes y a no colocar tales armas en el espacio ultraterrestre en ninguna forma. La Luna y los demás cuerpos celestes se utilizarán exclusivamente con fines pacíficos por todos los Estados partes en el tratado. Queda prohibido establecer en los cuerpos celestes bases, instalaciones y fortificaciones militares, efectuar ensayos con cualquier tipo de armas y realizar maniobras militares. ...”.
De la lectura del artículo citado se puede determinar que la militarización del espacio es una tarea vedada por el convenio internacional suscripto en el año 1967, sin perjuicio de lo cual se analizará en el presente trabajo las continuas manifestaciones que se suceden en la actualidad tendientes a utilizar el espacio ultraterrestre con fines no pacíficos.
Sin perjuicio de ello, en el presente trabajo se va a analizar las iniciativas tendientes a lograr la tan mentada militarización del espacio ultraterrestre y sus posibles consecuencias.
II - DESARROLLO
Desde el lanzamiento del SPUTNIK I por parte de la ex – Unión Soviética, las grandes potencias han analizado y demostrado interés en la utilización de la actividad espacial con fines militares.
El curso de la historia nos ha demostrado que tanto en la primer guerra mundial, como así también, y en mayor medida, durante la segunda gran guerra el dominio del espacio aéreo fue determinante a los efectos de lograr el triunfo en ambas contiendas bélicas, situación que con el correr de los años se fue comprobando en las distintas guerras que posteriormente han ocurrido.
En el mismo sentido, y en vista a dichos antecedentes, las grandes potencias ha visto con beneplácito la posibilidad de extender el potencial bélico al espacio exterior, lo cual permitiría incrementar a niveles inimaginables el dominio absoluto sobre el adversario, en particular si se trata de un Estado sin un poder espacial desarrollado, logrando su derrota en forma determinante.
El artículo 4° del Tratado del Espacio debe interpretarse de una manera integral, sin aceptarse el aparente distinto régimen jurídico para el espacio ultraterrestre (primer párrafo del artículo 4°) y para los cuerpos celestes (segundo párrafo del mismo artículo).
Así, debe observarse que es una exigencia de la actividad espacial, el que sea cumplida en beneficio de la humanidad. Esta posición encuentra su sustento primero en la doctrina recibida, que se concreta en el artículo 1° del Tratado del Espacio, cuando exige que “La exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes, deberá hacerse en provecho y en interés de todos los países, sea cual fuera su grado de desarrollo económico y científico, e incumben a toda la humanidad”. Sin entrar en las largas discusiones acerca de esa “incumbencia”, se hace evidente que una actividad no pacífica es el espacio ultraterrestre, no se hace, material ni lógicamente, en provecho y en interés de todos los países.
Se debe agregar, además, que una actividad no pacífica es ilegítima, tanto si es agresiva como si es defensiva.
Durante la UNISPACE 82 se dijo que se debe prohibir la carrera de armamentos en el espacio ultraterrestre; que hay un peligro potencial implícito en el uso del espacio ultraterrestre con fines militares. Tal es así, que muchas delegaciones denunciaron el uso indebido de la tecnología espacial, como, por ejemplo, los satélites de vigilancia en casos de conflicto militar.
Según las noticias periodísticas, durante la guerra de las Islas Malvinas, satélites norteamericanos habrían brindado información a Inglaterra sobre las defensas de nuestro país. En ese orden de ideas, el Estado Nacional, amparado en el derecho inmanente a la legítima defensa, consagrado en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, pudo haber anulado la actividad de los satélites norteamericanos, utilizando una antena del segmento terreno de INTELSAT, dado que con la potencia de salida de esas estaciones terrenas, se puede crear un ruido en la entrada del satélite, y así, anularlo.
Esa capacidad de defensa hace improbable que algún Estado se anime a colocar en órbita armas de destrucción masiva, que podrían, por estos mecanismos, y previa decodificación del sistema de guía y control del satélite portador, volver esas armas contra el Estado de lanzamiento.
La llamada “Guerra de las Galaxias”
Satélites caza-satélites
Este sistema al que también se lo designa con otros nombres, por ejemplo, satélites antisatélites, no puede considerarse desde el punto de vista del derecho ni un arma agresiva, ni siquiera un arma, es solamente una tecnología.
Un sistema tal puede desarrollarse para apoderarse de satélites en órbita, o para destruirlos, si tales supuestos resultaren necesarios o convenientes, en los casos en que un satélite se hubiera salido de su órbita, o amenazare interferir en el “derecho a la trayectoria” de otro, sea o no del mismo operador.
La ex – Unión Soviética había desarrollado y probado un sistema de “satélites asesinos”, como también se los conoce, haciendo estallar un satélite cerca de otro satélite, el cual se encontraba en órbita baja, con el fin de afectar al último con dicha explosión, inutilizándolo.
Del mismo modo, y a los efectos de inutilizar satélites que se encontraban en órbitas más alejadas de la tierra, desarrolló sistemas antisatélites de energía dirigidos sobre la base de los rayos láser o rayos de partículas, cuya radiación podría ser capaz de afectar los sistemas de energía o sensores de tales satélites.
Puede ocurrir también que al haber perdido contacto con sus instalaciones de guía y control un satélite amenazara precipitarse sobre zonas pobladas, o puede, asimismo, tener a su bordo fuentes de energía nuclear que hicieran temer futuras contaminaciones radiactivas al precipitarse sin control a la tierra. En todos estos casos la tecnología desarrollada del satélite caza – satélite sería de notorio beneficio.
Ahora bien, si el hombre aprovechándose de éste tecnología la usa para fines agresivos entonces si podrá hablarse de una militarización del espacio. La actividad, en tal supuesto, será agresiva si se la usa con fines militares. Y será contraria a la doctrina y a la norma de derecho espacial que exigen la actividad pacífica en el espacio ultraterrestre.
La sola tecnología, como se dijo, no es ni agresiva ni no agresiva. De la misma manera que la tecnología de la computación o de las telecomunicaciones radioeléctricas espaciales no son agresivas en sí mismas, sino que, si se las usa con fines no pacíficos, serían violatorias del derecho espacial.
En esta frase, de notoria repercusión periodística, se engloban cuestiones tan diversas como los llamados “satélites caza-satélite” o la “iniciativa de defensa estratégica” y enunciada por el Presidente Reagan de los Estados Unidos.
En el año 1957 el General Bernard, Jefe de Investigación y desarrollo de la USAF manifestó que: “A la larga, la seguridad de nuestra Nación muy bien puede depender de que consigamos la supremacía en el espacio ultraterrestre. Dentro de varios decenios es posible que las batallas decisivas no sean ya navales o aéreas sino Space Battles.
Se hace evidente que desde la Segunda Guerra Mundial el equilibrio del terror se ha basado en la disuasión que significa afrontar la réplica de un ataque nuclear. Dicha disuasión se manifiesta con la acumulación de armas atómicas por parte de las grandes potencias.
La iniciativa de defensa estratégica
Este programa de investigación lanzado por el presidente Reagan de los Estados Unidos durante el año 1985, la fantasía periodística lo llamó Guerra de las Galaxias.
Según su impulsor el programa de Iniciativa de Defensa Estratégica no es un programa para construir ni desarrollar armas. Es exclusivamente un programa de investigación basado en las nuevas tecnologías. Sería un disuasor de cualquier programa soviético de ampliar la capacidad ofensiva. Su finalidad es “… hallar formas para aprovechar los adelantos recientes en materia de tecnologías de defensa contra proyectiles balísticos que refuercen la disuasión”.
Por ello, el presidente Reagan concentró en un único organismo los programas de investigaciones sobre defensa contra misiles balísticos que se desarrollaban en las distintas áreas del Departamento de Defensa. Así, unificados los programas, se consideró que mediante el despliegue de los sistemas defensivos terrestres, y que actuaran sobre las cuatro etapas del recorrido de un misil: lanzamiento, post – lanzamiento, curso medio y etapa terminal; se podría degradar un ataque nuclear al punto de hacerlo estratégicamente inconveniente.
Clasificación de los satélites militares
Desde casi el comienzo de la Era Espacial, los Estados Unidos iniciaron programas destinados a misiones militares; entre ellos, el reconocimiento fotográfico, ayudas a la navegación, y detección de misiles por rayos infrarrojos.
Por su parte, y en el caso de la ex - Unión Soviética, todo los satélites militares han estado encubiertos en la serie COSMOS. Esta serie comenzó en marzo de 1962 con fines pacíficos.
Durante años los soviéticos negaron la existencia de satélites militares en su programa espacial, aunque indirectamente los reconoció con motivo de los tratados de limitación de armas estratégicas SALT I y II., denominándolos (al igual que Estados Unidos) “medios técnicos nacionales de verificación”.
Recién en el año 1985 reconoce oficialmente que envia al espacio satélites con funciones militares, pero con el agregado que son para “verificación” de tratados bilaterales vigentes.
Para lograr determinar si un satélites tiene una función militares, se tiene que efectuar una serie de análisis, entre otros, sobre los siguientes puntos:
1) Tipo de cohete impulsor.
2) Orbita elegida para el tránsito de los satélites secretos o encubiertos
3) Base de lanzamiento empleada.
4) Evaluación de los ítems de los presupuestos anuales de defensa y su justificación.
El “Columbia” y los fines militares
"Rogamos que la humanidad pueda vivir en paz". Esa frase se le atribuye a la última tripulación del Columbia horas antes de emprender su trágico descenso a la Tierra el pasado 1 de febrero de 2002. Sin embargo, la misión del transbordador tenía aspectos militares que causaron sospecha y malestar en Medio Oriente y Asia. El astronauta israelí que iba a bordo, Ilan Ramon, no era un científico civil sino un coronel de la fuerza aérea israelí. Ramon era símbolo de la cooperación aeroespacial entre Estados Unidos e Israel, y entre otras directivas, se encontraba en el Columbia para probar una cámara multiespectral para auscultar el efecto de las tormentas de arena sobre la visibilidad, desde el espacio. La cámara en cuestión es una tecnología clave para los satélites de espionaje militar o misiles dirigidos en busca de su objetivo a través de humo, polvo y/o nubes. Tales condiciones atmosféricas turbias corresponden con las de una posible guerra contra Irak.. El gobierno de Israel está decidido a poner en práctica un programa espacial que estará dedicado principalmente a fines militares. Y en las mismas está la India, país natal de Kalpana Chowla, otra tripulante del Columbia. Chowla dedicó su carrera a investigaciones sobre robótica y aerodinámica, dos campos con mucha relevancia militar. Entre sus áreas de especialización estaba el control de turbulencias en el aterrizaje y despegue de aviones. En muchas partes de Asia, el hecho de tener un coronel israelí y una ingeniera nacida en la India a bordo de una nave espacial estadounidense se interpretó como un indicio de guerra. La misión del Columbia fue vista con malos ojos, especialmente en Cachemira, donde la mayoría musulmana se refiere a la alianza Estados Unidos – India - Israel como "el nexo" (contraparte del "eje del mal" de George W. Bush).
“Controlar el espacio para así dominar la tierra”
Estados Unidos se encuentra orientado a militarizar el espacio ultraterrestre. En su documento Visión 2020, el Pentágono habla de "controlar el espacio" para así "dominar la Tierra". En enero de 2001, una comisión espacial presidida por el secretario de Defensa Donald Rumsfeld declaró que en los próximos años Estados Unidos llevará a cabo operaciones militares en el espacio, a pesar de que el Tratado del Espacio Exterior, firmado en 1967, prohíbe el uso militar de éste. El 20 de noviembre de 2000, 163 países ratificaron dicho tratado en la Asamblea General de la ONU al votar en favor de una resolución que afirma que el espacio se debe usar solamente con fines pacíficos.
El mencionado funcionario norteamericano manifestó que la clave del nuevo poder militar americano es la "combinación de la superioridad en el espacio con la superioridad en tierra, mar y aire". Esa superioridad debe incluir la capacidad de librar varias guerras simultáneas en teatros alejados entre si (Iraq y Yugoslavia, por ejemplo), lo que ya se ha visto en la década del noventa.
Posibles efectos ocasionados por la militarización del espacio
Cuando pensamos en el espacio, imaginamos un lugar vacío, pero el espacio cercano a la Tierra está en realidad lleno de basura. Actualmente se han localizado mas de 9.000 objetos mayores de 10 centímetros de diámetro, casi todos hechos por el hombre. Probablemente hay más de 100.000 pedazos de chatarra de un tamaño superior a una pequeña esfera en órbita.
A pesar de ello, la administración del Presidente George W. Bush quiere colocar ciertas partes de su propuesto sistema anti-misiles justamente en estas zonas cercanas a la Tierra--por ejemplo, los rayos láser y miles de “Brilliant Pebbles” (o "Guijarros Brillantes"), interceptores de misiles basados en el espacio. Estas armas fueron prohibidas previamente por el Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM) de 1972, del que Estados Unidos se retiró en junio de 2002.
La militarización del espacio agravaría el problema de la basura, e incluso una guerra en el espacio podría encerrar el planeta entero en una caparazón de basura viajando a alta velocidad, lo que convertiría el espacio cercano a la Tierra en un lugar altamente peligroso tanto para propósitos pacíficos como militares.
El apodo de “Guerra de las Galaxias” que se utiliza para la defensa de misiles refleja con precisión la fantasía popular sobre cómo funcionan las cosas en el espacio. En las películas de la Guerra de las Galaxias y en centenares de otras películas de ciencia ficción, se observan explosiones en el espacio y como se disipan los fragmentos rápidamente, dejando un espacio vacío.
Sin embargo, en la vida real, el espacio no se despeja después de producirse una explosión cerca del planeta. Los fragmentos continúan circundando la Tierra, y sus órbitas cruzándose con la de otros objetos. Las partículas de pintura, los tornillos sueltos, los fragmentos de cohetes, todos se convierten en satélites minúsculos que viajan a cerca de 27.000 kilómetros por hora, 10 veces más rápidamente que una bala de un rifle de alta potencia. Una bolita viajando a esa velocidad tiene la misma energía de impacto que una caja fuerte de una tonelada lanzada desde un edificio de tres plantas. Destruiría cualquier cosa que golpeara, aumentando la cantidad de basura.
Con suficiente basura en órbita, unos fragmentos comenzarían a golpear a otros, produciendo más fragmentos, que a su vez golpearían más fragmentos, resultando en una reacción de destrucción en cadena que dejaría un halo mortal alrededor de la Tierra. Hacer funcionar un satélite en esta nube de millones de misiles minúsculos sería imposible. Dejarían de existir, por ejemplo el Telescopio Espacial Hubble o a las Estaciones Espaciales Internacionales. Incluso pondrían en peligro a los satélites de comunicaciones y a los GPS (satelites del Sistema de Posicionamiento Global) que se encuentran en órbitas superiores. Cualquier persona preocupada por el futuro humano en el espacio debería darse cuenta que la militarización del espacio comprometerá su exploración.
Para un científico cuya investigación se ha beneficiado enormemente de la observación del espacio, este panorama es aterrador. Muchos de los satélites astronómicos se encuentran en las órbitas más bajas del la Tierra (entre 300 y 2.000 kilómetros de distancia). El Cosmic Background Explorer, que operó desde 1989 hasta 1994, está a 900 kilómetros y el Telescopio Espacial Hubble está a unos 600 kilómetros.
Además, la mayoría de los satélites de observación terrestre se encuentran también en la órbita baja de la Tierra, tanto los que estudian cambios en el clima y la vegetación como los de vigilancia militar. Las órbitas bajas permiten obtener imágenes de alta resolución, y son también más fáciles de alcanzar con los vehículos espaciales existentes.
Por ejemplo, el Landsat-7 de NASA se encuentra en órbita a 705 kilómetros, y el ERS-2 de la Agencia Europea del Espacio (ESA por sus siglas en inglés) se encuentra en órbita a 780 kilómetros. El nuevo satélite internacional de NASA, Aqua, que recogerá información sobre el ciclo del agua de la Tierra, fue lanzado en mayo en órbita a 705 kilómetros.
Estos satélites ya se encuentran en riesgo creciente debido a la basura existente en el espacio. En cualquier momento, tan sólo unos 200 kilogramos de masa originada por meteoros se encuentran a 2.000 kilómetros de la superficie de la Tierra. Pero a esta misma altitud se encuentran aproximadamente 3 millones de kilogramos de basura en órbita introducidos por el hombre. La mayoría provienen de unas 3.000 plataformas de cohetes y de satélites ahora inactivos. Y aproximadamente 4.000 objetos adicionales de varios centímetros de tamaño o mayores son el resultado de la fragmentación de más de 120 satélites.
La amenaza principal para los satélites cercanos a la Tierra proviene de los 1.000 kilogramos de basura de tamaño inferior a 1 centímetro, y especialmente de los aproximadamente 300 kilogramos de basura de tamaño inferior a un milímetro. Un fragmento del tamaño de un perdigón tiene la misma energía destructiva que tendría una bola de bolos lanzada a 100 kilómetros por hora.
Un satélite pequeño en órbita a 800 kilómetros tiene actualmente alrededor de un 1 por ciento de probabilidad anual de fracaso debido a la posible colisión con una partícula del tamaño de un perdigón. El peligro para un satélite mas grande como el Telescopio Espacial Hubble o a la Estación Espacial Internacional es aún mayor.
Mientras tanto, la cantidad de fragmentos pequeños de basura sigue aumentando. Las colisiones al azar entre los objetos artificiales siguen siendo relativamente raras, pero la densidad de los objetos a una altitud de 900 a 1,000 kilómetros y de 1,500 a 1,700 kilómetros puede ya ser lo suficientemente grande como para propiciar una reacción en cadena o una cascada de colisiones. El incremento de basura aumentaría la amenaza en órbitas más bajas, creando un ambiente hostil para los satélites.
En una conferencia, la astronauta Sally Ride recordó un encuentro con un fragmento de basura espacial durante su primer vuelo en el Space Shuttle: “Como a medio camino del vuelo había un abolladura pequeña en la ventana del transbordador y no sabíamos de que era. Realizamos un análisis exhaustivo mientras estábamos en órbita para cerciorarnos de que la ventana soportaría la reentrada. Y lo soportó. Todo fue bien. Pero el análisis posterior demostró que nuestra ventana había sido golpeada por una partícula de pintura en órbita, y las velocidades relativas fueron suficientes para que la pintura hiciera una pequeña pero visible hendidura en la ventana”.
¿Qué pasaría si se continúa con las pruebas antisatélites y comenzamos a realizar pruebas con cohetes que golpean los satélites y los hacen estallar en el espacio? ¿Qué ocurriría si se realizan suficientes pruebas como para que exista el equivalente a un pista de obstáculos en la órbita baja de la Tierra?
Las armas ofensivas en el espacio plantean una gran amenaza. Afortunadamente, todavía no se han sido introducidas en el espacio--excepto por una serie de pruebas de armas antisatélites soviéticas realizadas entre 1968 y 1982, y la destrucción intencional en 1985 del aún operativo satélite Solwind en una demostración militar estadounidense. Muchas de estas pruebas generaron centenares de fragmentos de basura espacial.
Cualquier clase de guerra espacial pondría los satélites en riesgo. La detonación de un arma nuclear en el espacio (prohibida por el Tratado del Espacio Exterior, pero considerada de manera rutinaria por los estrategas militares) podría destruir indiscriminadamente los satélites desprotegidos mediante el impulso electromagnético o la radiación nuclear.
Quizás lo peor de todo sería la inyección deliberada en la órbita baja de un gran número de partículas como una barata pero eficaz medida antisatélite. Cualquier país que se sintiera amenazado cuando Estados Unidos comenzara a ubicar los láseres u otras armas en el espacio tendría tan solo que lanzar fragmentos para destruir el sofisticado armamento.
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